Miras a tu alrededor, asustado; no puedes creer que esto esté pasando...
El olor de la tristeza se respira en el aire.
Curioso... nunca pensaste que algún día podrías decir que sabes exáctamente a qué huele la tristeza, pero ahora lo sabes.
Das unos cuantos pasos, mirando siempre alrededor: el cuarto está lleno de personas, pero nadie dice nada.
De vez en cuando se escucha un suspiro, o el sonido de alguien jadeando repentinamente; tratando de encontrar el aire que perdieron de repente.
Tratas de ver sus caras, pero algo te lo impide: es como si todos trajeran un velo delante de su rostro.
Te acercas a ellos, uno por uno, y los miras de cerca: las lágrimas les resbalan por las mejillas.
¿Quiénes son esas personas?, ¿por qué te parecen tan familiares?
Intentas decir algo, pero la voz no te sale.
Te llevas las manos a la garganta y abres la boca: por más que te esfuerzas en hablar, ningún sonido sale de ti.
Empiezas a desesperarte, sabes que algo está mal.
Te acercas a la primera persona que puedes, y pones tu mano en su hombro. Por alguna razón, no levanta la mirada.
La agitas suavemente tratando de no perturbarla, porque sabes que tanta tristeza no debe de ser arrancada tan de golpe.
Por alguna razón, no levanta la mirada.
Repites el proceso con todas y cada una de las caras curiosamente familiares en la habitación, pero nadie te hace caso.
Es entonces cuando la ves:
Una enorme caja de madera colocada en el centro de todo.
En un instante, tus manos se ponen heladas, y las piernas te empiezan a temblar.
Cierras los ojos con fuerza, esperando que cuando los abras, la caja haya desaparecido.
Lentamente, separas tus párpados: la caja sigue ahí, imponente y brillante; llamándote.
Das un paso hacia ella, y luego otro.
Cada vez que tus pies se posan en el suelo, sientes que tu mundo se hunde más y más.
Sabes perféctamente lo que hay dentro de esa caja oscura, pero te niegas a creer que pueda ser cierto.
Estás cerca. Más cerca. Más.
Estiras tu brazo, y rozas la madera con la punta de tus dedos.
Con toda la fuerza de voluntad que logras reunir, das el último paso y te asomas dentro de la caja.
Acostada ahí, con las manos sobre el pecho y las mejillas sorprendentemente pálidas, está una figura idéntica a ti.
Idéntica a ti, pero con una enorme diferencia: tiene los ojos cerrados. Eternamente cerrados.
En donde alguna vez sentiste tu corazón, ahora sólo notas un enorme hueco.
Lentamente, sonríes.
Sonríes, pero las lágrimas resbalan por tu cara.
Miras a tu alrededor, asustado; no puedes creer que esto esté pasando...
Dándole la espalda a la caja, te alejas y vuelves a caminar por la habitación.
De pronto, comprendes por qué todas las caras que están en ella te parecieron tan familiares.
Los rostros empiezan a cobrar forma mientras los recorres con la mirada:
Tu familia, tus amigos, tus conocidos, personas que ni siquiera esperabas que estuvieran ahí.
Todos y cada uno de ellos, con la mirada baja y triste. Nadie se atreve a decir nada.
Te acercas a ellos y tratas de consolarlos, de decirles que todo está bien; pero la voz sigue sin salirte.
Respiras profundamente, y vuelves a percibir el olor a tristeza.
Caminas hacia tus padres, y los ves llorando.
"¡No, esto no está bien!, ¡no lloren! Odio que lloren..."
Por primera vez en no recuerdas cuánto tiempo, escuchas tu propia voz.
Nadie además de ti parece escucharla.
Caes al suelo, llorando como nunca lo habías hecho.
No quisieras que te recordaran así... no quisieras que te recordaran con tristeza.
"¡Sonrían, sonrían por favor!", les gritas.
Tu vida fue buena, ¿por qué habrían de estar tristes?
Siempre trataste de que tus seres queridos estuvieran felices cuando estuvieran cerca de ti, y te duele en lo más profundo del alma que ahora todos estén llorando.
"No... no quiero que me recuerden con tristeza... por favor...", le suplicas en voz baja a nadie en particular.
Te levantas, sintiéndote terriblemente culpable.
Alzas la mirada y la ves: la persona a la que amabas está parada junto a la caja.
Te acercas lenta y pesadamente, con todo el dolor del mundo apretándote el corazón.
Cuando ya estás cerca, te das cuenta de que tiene algo en las manos.
"Pan de plátano... tu favorito", la escuchas decir con una voz débil y quebrada.
Tiernamente, pone el pequeño cuadro envuelto con papel aluminio dentro de la caja, junto a tus pies.
"Te voy a extrañar...", te dice.
Antes de irse, la ves tratar de sonreir.
Tu mirada empieza a recorrer el inmóvil cuerpo acostado frente a ti: cientos y cientos de recuerdos inundan tu cabeza.
Es justo entonces cuando por fin te das cuenta de las cosas.
Es el fin. Éste es el fin.
Tus ojos se detienen cuando pasan por las manos de la figura inmóvil: hay una foto entre sus dedos.
La tomas con mucho cuidado.
Ahí estás tú, sonriendo.
Ves a tus padres, y ves su mirada de alegría.
Ves a tu hermana, abrazándote.
De pronto te das cuenta de que quisieras haberla abrazado más seguido, aunque nadie les estuviera tomando una foto.
Volteas la foto, y descubres un pequeño mensaje escrito a mano.
"Buenas noches, hijo"
Con cuidado, vuelves a poner la foto entre las manos del cuerpo de los ojos eternamente cerrados.
"Ya es hora", escuchas una voz detrás de ti.
Entre toda la gente de la habitación, ves a alguien que no estaba ahí hace unos minutos.
Siempre supiste que algún día la ibas a volver a ver.
"Ya es hora, ¿sabes?", te repite.
Asientes con la cabeza, y una última lágrima te resbala por la mejilla.
"Es hora de regresar a casa...", te dice una vez más, mientras te extiende su mano.
La tomas, y la aprietas fuerte.
Lentamente, empiezas a caminar hacia la puerta.
Justo antes de salir, volteas y recorres el cuarto con la mirada por última vez.
"Buenas noches...", dices con voz inaudible.