jueves, 14 de mayo de 2015

De despedidas y pastos más verdes

Every new beginning comes from some other beginning's end...

Mientras estoy sentado aquí, escribiendo esto, descubro que es un día muy extraño para mí, porque justo hoy se cumplen 2 años de que empecé a trabajar en TV Azteca, y hoy es el día en que entregué mi credencial y firmé mi baja, porque ya era hora de un cambio.


Recuerdo perfectamente que hace un par de años estaba hablando con mi entonces novia y le contaba que ya no era feliz en mi trabajo.

"¿Qué vas a hacer?", me preguntó ella y le dije que no estaba seguro, pero que toda mi vida he vivido bajo la filosofía de que yo me iba a quedar en un lugar mientras sintiera que ahí es donde tenía que estar. y que en esos momentos sentía que tenía que estar en otro lado.

Como caído del cielo, y como muchas veces he tenido la suerte de que me pase, a los pocos días me habló un gran amigo y me dijo que en Azteca estaban buscando un escritor de comedia, y que le gustaría que yo fuera a hablar con su productor.

Me puse un poco nervioso, porque aunque toda mi vida había escrito, siempre lo había hecho como un hobby y nunca como algo profesional. Sea como sea, fuí a hablar con el productor porque a pesar de ser un cliché tremendo, pienso que las cosas pasan por algo.


Fuí a Azteca, todo salió mejor de lo que había esperado y me hicieron una oferta.

Mis ganas de dejar mi trabajo anterior hicieron que ni siquiera tuviera que pensarlo dos veces y acepté en ese momento.
Jamás imaginé que ese día, un 14 de mayo, fuera a ser un parteaguas en mi vida.


Entre emoción, nervios e incertidumbre; empecé mis primeros días como escritor de un programa llamado Deberían Estar Trabajando, donde pasé una de las etapas más divertidas de mi vida.

Todos los días era como regresar a la prepa, donde iba más a jugar que a trabajar. Fue en esos meses que por fin entendí por qué existía gente que no odiaba su trabajo, y aunque nunca me puse a pensar si quería dedicarme a eso toda mi vida, sabía que al menos estaba en el lugar donde tenía que estar, y planeaba quedarme mientras se sintiera correcto.


Al poco tiempo de empezado el programa, el productor tuvo un par de pleitos y de problemas (entre ellos, que la boca le apestaba a ano) y lo corrieron (aunque no creo que haya sido por su aliento de ano).

En ese momento tuve miedo, porque aunque el productor y yo no éramos precisamente amigos, me gustaba demasiado mi trabajo y no quería que se acabara el programa.
Mi amigo el que me metió a Azteca me dijo que no me preocupara, que el hecho de que corrieran a ese güey era lo mejor que nos podía pasar. And boy, he was SO right.


En menos de 3 días nos llamaron a una junta para presentarnos a nuestro nuevo productor, el cual obviamente iba a meter consigo a todo un nuevo equipo de trabajo, pero decidió conservar a los escritores porque no la habíamos cagado demasiado hasta el momento. My momma would've been so proud.

En ese momento yo no lo sabía, pero ese productor y ese nuevo equipo se iban a convertir en personas que marcarían mi vida para siempre.


Los siguientes meses fueron una chingonería, en los que aparte de escribir acabé teniendo mi propia sección en el programa, cumpliendo uno de mis sueños de toda la vida: salir ebrio en televisión nacional (más veces de las que me gustaría presumir, by the way)

Cada día era un juego y yo no quería que esos días se acabaran nunca.
Lamentablemente, esos días terminaron.

Un día de finales de noviembre, mi productor nos llamó a todos para una junta de emergencia y nos dijo que Deberían Estar Trabajando acababa de ser cancelado y que salíamos del aire el 31 de diciembre.


Ese mes fue uno muy triste y lleno de incertidumbre. Nunca me habían corrido de un trabajo, y aunque técnicamente no me estaban corriendo, it certainly felt like it.

Mi productor nos llamó a unos cuantos y nos dijo que tratáramos de no estar tristes, porque tenía un proyecto increíble que iba a empezar en un par de meses, y que si podíamos aguantar hasta entonces, nos quería en ese proyecto porque éramos su familia.
Entre abrazos agridulces y esperanzas inciertas, nos despedimos y nos deseó un feliz año.


Justo por esas fechas yo pasé por una etapa bastante difícil en mi vida personal, porque corté con mi novia de más de 3 años, y aunque ahora lo veo como una exageración, en ese momento estar desempleado NO era algo bueno, porque me daba demasiado tiempo para darle vuelta a las cosas.

Un par de meses después, mi productor nos llamó a una reunión en su casa y nos explicó de qué se trataba su nuevo proyecto. Se llamaba El Hormiguero e iba a ser uno de los programas más importantes de Azteca. Nos dijo que iba a ser una cantidad estúpida de trabajo y de estrés, pero que le encantaría que estuviéramos con él.

Evidentemente, la mayoría de nosotros aceptó y empezamos a trabajar en la pre-producción.


No nos había mentido: era un trabajo MUY demandante, pero en ese momento yo agradecía cualquier oportunidad de distraerme y de dejar de pensar en pendejadas, así que estaba feliz de pasar todo el día en Azteca con gente a la que quería un chingo y con la cual me divertía horrores.

Después de ocho semanas de pre-producción y nervios, El Hormiguero salió al aire.
Pocas veces en mi vida me había sentido tan orgulloso de algo. En esos momentos, estaba en mi trabajo perfecto.


Éramos como una gran familia en la que cada día era ir a echar desmadre, a pasarla increíble y a hacer algo que amábamos.
Conocí personas increíbles que en menos de un año se convirtieron en gente sin la cual ya no imagino mi vida.

Ahorita, con un poquito de distancia, puedo ver hacia atrás y darme cuenta de que esos primeros meses de El Hormiguero fueron una de las etapas más increíbles de mi vida.


El programa estaba saliendo de poca madre y nos hacía sentir que todo nuestro trabajo valía la pena. Esos días laborales de 12 horas valían la pena. Esos fines de semana en grabación valían la pena.

Era estúpidamente cansado, pero todos los días me iba a acostar con una sonrisa en la boca porque estaba viviendo cosas que no hubiera podido vivir en ningún otro trabajo.


Sin embargo, poco a poco el estrés y el cansancio empezó a afectarnos.

Algunas personas empezaron a irse porque los tiempos de tele eran demasiado demandantes y no las estaban dejando tener una vida.
Hubo momentos en los que yo también sentí que no podía más. Había días en los que pasaba más de 20 horas en el canal y nada más llegaba a mi casa a bañarme y cambiarme de ropa para después regresar a Azteca.

Lo extraño era que a pesar de todo no me importaba porque yo era feliz.


Recuerdo que un día estaba sentado en Azteca, tomando café con una de mis mejores amigas, contándole de cómo acababa de cortar con una morra con la que había salido por unas semanas.

"¿Y por qué cortaron?"
"Porque me decía que nunca tenía tiempo para ella"
"Y pues sí... ¿no?"
"Pues sí; no tengo tiempo para nada. No tengo tiempo ni para estar enfermo y me estoy muriendo de gripa"
"Pero tiene cierto punto, es como la segunda chava con la que cortas por lo mismo, ¿no?"
"Ajá, pero ahorita mi trabajo es mi prioridad, y tienen que entender eso..."

But was that all there is to life?


Esa conversación me pegó y me hizo pensar.
Era el trabajo de mis sueños, pero a lo mejor le estaba dedicando demasiado tiempo y necesitaba empezar a enfocarme un poco más en mi vida personal.

Lamentablemente, tenía tanto trabajo que mi epifanía se me olvidó y tuve que regresar a trabajar.
Estaba durmiendo menos de 4 horas por noche y mi sentido común estaba más perdido que los 43 de Ayotzinapa (que por cierto, en ese momento todavía no estaban perdidos; seguían en el pueblo perdido de Ayotzinapa)


Mandé mis dudas a la parte de atrás de mi cabeza y seguí como si nada. Lo hermoso de no tener tiempo para pensar es que pues... no tienes tiempo para pensar, lo cual hace mucho más fácil vivir.

Al fin y al cabo era feliz, así que le dije a mi amiga "Pues no sé qué pase después, pero voy a estar aquí mientras sienta que aquí es donde tengo que estar."

Fair enough, fuck the police.


Yo creo que mi epifanía no fue la única, porque en esos meses más y más gente empezó a renunciar para buscar trabajos que les dieran chance de salir, de tener vida social, de dormir, de comer; de ser normales.
De los que empezamos el proyecto desde el mero principio, cada vez íbamos quedando menos.

El final de la primera temporada fue una bendición, porque en esos momentos yo estaba seguro de que no me faltaba mucho para averiguar si una persona era físicamente capaz de morir por falta de sueño.

Nunca en la vida había tenido ojeras tan marcadas como en esos días.


Un mes después, cuando regresamos a trabajar, me enteré de que a dos de mis mejores amigos les habían ofrecido otros trabajos que les convenían más, y de que los iban a aceptar.

Creo que fue ahí cuando realmente empecé a darle vueltas a la idea de irme a algún otro trabajo.

Y esa idea me siguió dando vueltas en la cabeza, hasta que hace menos de un mes estaba hablando con mi ahora novia y ese tema salió a la conversación.

"¿Qué vas a hacer?", me preguntó ella y le dije que no estaba seguro, pero que toda mi vida he vivido bajo la filosofía de que yo me iba a quedar en un lugar mientras sintiera que ahí es donde tenía que estar, y que en esos momentos empezaba a sentír que tenía que estar en otro lado.


Y por alguna extraña razón que seguro algunas personas achacarían a alguna conspiración cósmica, pero que yo considero vil coincidencia; justo en esos días me contactaron un par de amigos que habían trabajado en El Hormiguero y me hicieron un par de ofertas de trabajo.

Si fuera otra persona, diría que Dios me quiere mucho; pero como soy yo, voy a decir que Dios me ama.


Y eso me lleva hasta este momento, lectores imaginarios.

La semana pasada acepté una de esas ofertas, para una empresa que conozco muy bien y que me ofrece algo increíblemente interesante.
Fast forward to this moment, en el que estoy regresando a mi casa después de haber ido a Azteca por última vez para entregar mi credencial y firmar mi baja.

Estoy muy nervioso y muy emocionado, pero me voy feliz y con la cabeza en alto.
Me voy a mis tiempos y en mi momento.
Me voy sabiendo que dí todo lo que podía dar y que aprendí todo lo que tenía que aprender.

Dejo atrás a gente increíble, pero no me queda ni la menor duda de que los voy a seguir viendo, porque son mis amigos de verdad, y los quiero más de lo que se imaginan.

Todos los días agradezco inmensamente esa llamada que recibí hace dos años, y que me invitó a una gran compañía que me cambió la vida.

Si de algo estoy seguro después de estos dos años tan intensos, es que en mi lecho de muerte voy a escuchar la cancioncita de El Hormiguero, porque no existe forma humana en la que los que trabajamos ahí podamos olvidarla después de las treinta millones de veces que la hemos escuchado.


Gracias Azteca.
Gracias por estos dos años.
Gracias por tanto y por todo.