lunes, 19 de septiembre de 2011

Disculpa, desconocida.

Todos tenemos algunos momentos vergonzosos.
Curiosamente, es como si yo tuviera más de esos momentos que el resto de la gente.

Tal vez sea mi sorprendente capacidad para hacer el ridículo sin darme cuenta, tal vez sea mi estupidez crónica, o tal vez sea el hecho de que nunca pienso antes de actuar o de hablar.
Sea como sea, si alguien hiciera un highlight reel de todas las veces que he avergonzado a mis ancestros, ese reel sería más largo que una película del Señor del los Anillos (y todos sabemos que son inhumanamente largas y aburridas)

Y el día de hoy, lectores imaginarios, vengo a contarles acerca de uno de esos momentos ridículos de mi vida.

Verán: todo comenzó hace un par de años, en una fiesta cualquiera.
Como en todas las fiestas cualquiera, yo bebí, dije muchas pendejadas, ofendí a varias personas con mi racismo y falta de tacto, y probablemente traté de ligar con una tipa que me mandó al diablo. Sinceramente, no lo recuerdo, pero supongo que tiene sentido, porque pues... era una fiesta cualquiera, y'know?

En fin, lo importante aquí no fue mi falta de destreza en las artes amatorias, sino lo que aconteció después.

La fiesta cualquiera terminó, y llegó el momento de emprender el largo y tortuoso camino a casa.

Lamentablemente yo no cuento con automóvil propio, gracias a un par de choques que atormentan mi memoria.
Afortunadamente, una amiga se compadeció de mi mirada de perrito triste, de mis desgarradores ojos verdes y de mi apuesto apuesto físico; y me dijo que podía darme ride.
No dejen que nadie les diga que ser guapo no sirve de nada, niños y niñas.

Salí con mi amiga, subí a su auto, y empecé a jugar con el radio en lo que ella me llevaba a mi hogar dulce hogar.

Unos cuantos minutos después, me dijo "¿sabes qué?, mejor bájate por aquí, porque acercarte más me va a desviar muchísimo"
Si hubiera estado un poco más sobrio, habría tratado de persuadir a mi amiga para que me dejara en la puerta de mi casa, pero como la sobriedad no era una de mis características predominantes en ese momento, nada más me despedí y me bajé del coche.

"Meh, son sólo como 6 cuadras, podría caminarlas hasta borracho", pensé.
A mi mente le gustan las afirmaciones redundantes e innecesarias.

Empecé a caminar, a pesar de que era de madrugada, hacía frío, yo estaba borracho, y tal vez, sólo tal vez, había fumado un poco de marihuana (y en caso de que la persona que esté leyendo esto sea mi madre o mi padre: no, no fumé marihuana. Yo sería totalmente incapaz. ¿Recuerdan cuando iban a mis festivales de kinder?, ¿acaso no soy el mejor hijo del mundo?)

Moving on.

Estaba yo caminando en condiciones un poco precarias, cuando de repente vi una silueta cerca de mí.

Como todas las personas que tal vez, sólo tal vez, hayan fumado marihuana saben; cuando uno está pacheco, se vuelve un poco paranóico.
A esa paranoia agréguenle alcohol y miedo de vivir en una ciudad tremendamente insegura, y entonces entenderán cómo me sentí al ver esa silueta.

"¡Caracoles, debo tener cuidado con esa peligrosa persona desconocida!", pensé.

La persona iba caminando un par de metros adelante de mí, pero en mi estado pendejo, yo asumí que me estaba siguiendo.
Sí, yo sé que no tiene sentido, pero traten de entenderme: soy muy imbécil.

Resulta que la desconocida era una mujer, más o menos de mi edad.

"¡Esa tipa me está siguiendo, demonios!", fue más o menos lo que pasó por mi mente.

Seguí caminando. La tipa también.
Por azares del destino, resulta que dábamos vuelta en las mismas calles, lo cual sólo me asustaba cada vez más.
En esos momentos, jamás se me ocurrió que todo podía ser una coincidencia y que tal vez la pobre muchacha sólo quería llegar a su casa, igual que yo.

En esos momentos, no noté que la tipa seguía caminando adelante de mí y daba vuelta en las calles antes de que yo siquiera recordara que tenía que dar las mismas vueltas que ella.

Cada vez más asustado, empecé a caminar más rápido. La tipa también caminó con más prisa.

Dimos vuelta en otra calle, y en otra.
Cada vez caminábamos más rápido, envueltos por la oscuridad de la noche y el silencio de una ciudad pitera y mal iluminada.

Eventualmente, a pesar de haber estado ebrio y pacheco, me di cuenta de que la pobre tipa seguro estaba más asustada que yo y probablemente pensaba que yo la estaba siguiendo a ella, porque pues... yo era el que iba caminando atrás, y cada vez que ella trataba de alejarse, yo caminaba más rápido.

Tratando de hacer la situación menos incómoda, pensé que decir algo seguramente era lo mejor.
Tal vez si hacía un comentario, ella se daría cuenta de que no la venía siguiendo y todo había sido una coincidencia muy creepy.

Lamentablemente, no se me ocurrió pensar en lo que podía decir para no sonar como un acosador/asaltante/violador/paria/abo.

Sin aviso alguno, le grité "Oye, ¿ya vas a llegar a tu casa o todavía te falta?"

Antes de que acabara de decir mi estúpida línea, la pobre tipa no pudo más: soltó un pequeño grito ahogado y se echó a correr.

Yo me quedé parado como imbécil a media calle, sin entender qué carajo había pasado.
La magnitud de mi pendejez no me llegaría sino hasta el otro día, cuando la sobriedad hubiera regresado a mi hermoso cuerpo.

Así que, querida desconocida que vive en la colonia Del Valle, si de casualidad estás leyendo esto, por favor entiende que el tipo que te acosó aquella noche no te estaba acosando realmente; sólo tenía miedo de que lo fueras a asaltar, porque está bien pendejo.