Eventos embarazosos de la urbe

Una de las peores cosas que existen en esta vida es el ridículo.
Digo, el ridículo propio, porque el ajeno siempre es motivo de risas y de euforia.

Y el día de hoy, lectores imaginarios, sufrí un accidente que me dejó sumamente herido.
Fisícamente estoy bien, pero mi ego ha sufrido daños irreparables.

Venía yo regresando a mi casa, observando el anochecer desde la ventana de uno de los apestosos asientos de un microbús de la ciudad de México, cuando me di cuenta de que mi parada se acercaba, así que me levanté para oprimir el botón que le indicaría al chofer que debía de detener el vehículo para que yo pudiera descender en forma segura y práctica.

Lamentablemente, como es el caso de muchos de los conductores del transporte público urbano; al culero no se le pegó la gana de hacer un alto total, y en vez de eso sólo redujo su velocidad un poco.

Sabiendo que disponía de pocos segundos para brincar a suelo firme antes de que el orangután decidiera acelerar otra vez, alejándome de mi parada en el proceso, hice lo que había que hacer.

Tomé valor, cerré los ojos, y brinqué, tratando de ajustar mi cuerpo al jalón que sentiría al tocar suelo inmóvil.

En el momento en que mis pies tocaron el asfalto, supe que algo estaba mal; mi equilibrio no era tan bueno como yo esperaba.

Sabiendo que era observado de cerca por un montón de chicas de bachilleres, hice lo posible por no caer al suelo; ya que si lo hacía, sería la víctima de la burla de... un montón de chicas de bachilleres; y ser la burla de las Bachas no es para nada aceptable.

En un acto de gracia divina y de agilidad gatuna, logré reposicionar mi centro de gravedad para permanecer en pie.
No sé en que forma pude dar los tres o cuatro tumbos que me tomó recuperar el equilibrio y la dignidad; pero el caso es que mi integridad estaba intacta.

Orgulloso por mi pequeña e insignificante victoria, inflé el pecho, enderecé la columna, puse los brazos en posición de macho alfa, y me dispuse a emprender la corta caminata que me llevaría hasta la puerta de mi hogar.

Lo que a continuación pasó desafía cualquier lógica y probabilidad estadística.

Al momento de dar el primer paso, mi pie se fue a posar sobre una curva que tiene la banqueta, haciendo que resbalara hacia abajo, y como mi otro pie ya estaba en el aire, las leyes de la física siguieron su curso; y yo fui a dar de hocico contra el pavimento.

Mientras escuchaba las carcajadas procedentes del vehículo que previamente ocupaba, traté de reirme un poco de mí mismo, apreciando el humor y la ironía de la situación.
No pude.

Me levanté, me sacudí el polvo, y caminé lo más rápido que pude, tratando de dejar mi torpeza detrás.