martes, 14 de agosto de 2012

Neither here nor there

Como cada miércoles en la tarde, ahí estaba ella, sentada en la mesa de la esquina; y como cada miércoles en la tarde, me acerqué para saludarla, desdoblar su servilleta, ponerla en sus piernas y preguntarle si podía ofrecerle algo de beber.
Mientras me pedía una taza de café negro sin azúcar, noté que su voz no sonaba igual que siempre; hoy se quebraba cada vez que intentaba decir algo. Tratando de ver si había sido mi imaginación, le pregunté si quería un poco de leche. No, no lo había imaginado.

Unos pocos minutos después, regresé con su orden. Mientras la ponía en la mesa, accidentalmente derramé un poco de café sobre su blusa blanca, y ella se soltó a llorar.
Me debo de haber disculpado cerca de cien veces, pero ella sólo agitaba su mano, como diciéndome que no me preocupara. Normalmente se nos dice que no debemos de preguntarles cosas personales a los clientes, pero en este caso no me importó, así que le pregunté si todo estaba bien.
Ella tardó unos cuantos segundos en retomar la compostura, pero eventualmente pudo empezar a hablar.
Aparentemente, hoy había sido el peor día de su vida.

Me contó que toda la vida había tenido muchos problemas para diferenciar los colores, porque algo malo pasaba con sus ojos. A pesar de que siempre había sido molesto, nunca le había causado ningún problema. Hasta hoy.

Había salido tarde de su casa, así que empezó a manejar más rápido para no llegar tarde al trabajo. Al llegar a un semáforo, ella confundió las luces y pensó que tenía el paso libre cuando en realidad tenía que frenar. Accidentalmente, había atropellado a un pobre perro por culpa de su estúpido error.
Se bajó del coche a tratar de ayudarlo, y lo encontró todavía vivo, pero muy herido.
Ella lo subió a su auto a toda prisa, y lo llevó a un veterinario. Cuando llegó, estacionó su coche en donde pudo y corrió dentro de la clínica. No hubo nada que el doctor pudiera hacer para salvar al animal.
Para empeorar las cosas, ella no se dio cuenta de que había dejado su auto en la zona roja, así que la grúa se lo había llevado.
Evidentemente, llegó tarde al trabajo, y como no era la primera vez que eso pasaba, su jefe la despidió.
Y ahora estaba aquí, frente a mí, contándome su historia.

Sin saber qué decir, simplemente le dije que todo mejoraría y le pregunté si estaba lista para ordenar. Ella me pidió esas enchiladas de pollo en salsa verde que le gustaban tanto.
No tuve corazón para decirle que se nos acababa de terminar la salsa verde, así que le llevé unas en salsa roja. Ella, agradecida, me sonrió y empezó a comer sin notar la diferencia.