domingo, 10 de julio de 2011

Nos veremos cuando nos veamos.

Cuando una persona se va, el eco de sus últimas palabras se queda resonando en los oídos de sus seres queridos durante toda una vida.
Y hoy, 8 años después, el eco de tu voz sigue sonando tan fuerte como aquél día en que te metiste al mar para nunca volver.

8 años desde ese día.
Y yo sigo aquí, sin ti.

Y por fin, es momento de dejarte ir para siempre.
Es momento de romper esa última promesa que nos hicimos; aún sabiendo que no la íbamos a poder cumplir.

Es momento de que vueles, libre de todo.
Es momento de regresar a casa.

Perdón. Perdón por todo.

Nunca nadie había marcado mi vida en la forma en la que tú lo hiciste aquél verano lluvioso y gris; el más brillante que yo jamás haya vivido.
Marcaste mi vida para siempre, y lo has seguido haciendo todos y cada uno de los días de mi vida.

Creo que ya es hora de soltar la mano de tu recuerdo, y empezar a caminar yo sólo, tratando de encontrar el camino del que siempre me hablaste tanto.

Es momento de dejar de aferrarme a tus alas y de empezar a dejar crecer las mías, porque algún día yo también tendré que volar para encontrar el sendero de regreso a casa, donde me estarás esperando con una pluma blanca, demasiado perfecta para ser de pájaro.

Ya es hora, Cristina.

Gracias. Una y mil veces gracias.
Nunca te voy a olvidar.

Tu voz se va a quedar conmigo hasta el día en que, cansado, respire profundamente, dejando escapar mi último aliento mientras sonrío eternamente.

Y entonces, por fin, tu voz se va a esfumar para dar paso al sonido de las olas rompiéndose en la arena.
Y entonces, por fin, mis ojos te buscarán por última vez, sólo para encontrar una playa llena de espuma, en la que meteré mis pies poco a poco, para meterme a nadar en el mar de una vez y para siempre.

Y esos días nunca van a terminar.

Adios, Cristina.
Adios por última vez.

Te amo, para siempre.