A mi ñoño y ridículo pasado.
Tal vez algunos de ustedes no lo sepan, pero Dexter no es mi verdadero nombre. Shocking, yo lo sé. Les daré unos cuantos segundos para reponerse.
¿Ya? Cool, cool.
En fin, el caso es que me empezaron a decir Dexter porque yo era idéntico al monito del Laboratorio de Dexter: ñoño, de lentes, chaparro. En conclusión: yo era un total loser.
Evidentemente, como el loser que era, lo único que me importaban eran las calificaciones, porque si ya iba a ser un perdedor, carajo, lo iba a hacer bien.
Como era de esperarse, mis buenas calificaciones me hicieron acreedor de la burla de la mayoría de mis compañeros, lo cual me afectó profundamente la autoestima.
No voy a aburrirlos con la emocionante historia de cómo pasé de ser ese niño nerd y ridículo al joven apuesto y brillante que soy hoy en día.
No señor, no lo haré, porque el punto de este post es otro: hablar de cómo cuando eres niño, eres un imbécil que deja que los demás determinen el rumbo de su vida.
Al no tener personalidad propia, los niños siempre dejan que los comentarios de los demás los afecten profundamente, porque pues deben de tener razón, ¿no?
Cuando todavía no eres nadie, lo que los demás piensen de ti es lo que eres.
¿Te dicen cuatrojos? Tu personalidad se resume en que tienes lentes.
¿Te dicen enano? Lo único importante de tu vida es que eres chaparro.
¿Te dicen pitolargo? Nadie te dice pitolargo, no seas mentiroso.
Después, cuando pasas a la adolescencia, es aún peor.
Cuando eres un adolescente pendejo, las críticas de los demás son sumamente destructivas.
Estás tan desesperado por encajar y ser parte de un grupo, que no te esfuerzas en desarrollar personalidad propia: todo tu esfuerzo está enfocado en hacer clic con la manada.
Es curioso como justo cuando necesitas que los demás sean amables contigo, es cuando más crueles son.
Yo tenía un punto aquí, pero lo olvidé porque entró mi jefe a regañarme que ya me ponga a trabajar en vez de perder el tiempo.
CONTINUARÁ...