Tal vez alguna vez has visto alguno y no te has dado cuenta.
Caminan entre la gente tratando de mezclarse, de pasar desapercibidos en un mundo que nunca será suyo y en el que siempre serán extranjeros.
Seguramente te has sentado junto a uno de ellos en algún camión, o quizás le hayas preguntado la hora, y durante los breves segundos que tu mirada se cruzó con la suya, supiste que estabas siendo parte de algo especial.
Viven entre nosotros, manejando sus autos, amarrando sus agujetas, sonriéndole a la gente con sus dientes imperfectamente perfectos; vistiendo una piel humana que no les queda bien, pero que usan porque ya olvidaron cómo vestir sus propias ropas.
Buscan su camino de regreso a casa y anhelan el día en que por fin, limpiándose las lágrimas de una existencia pesada, puedan abrir sus alas y echarse a volar.
El día en que por fin una última lluvia caiga del cielo, mientras ellos suben lentamente una escalera de humo y sombras para volver a su hogar. Un hogar que les quema la existencia, y el cual nunca pudieron olvidar.