Incluyéndome, por supuesto.
La televisión, las películas, los libros, y un sin fin de medios lavamentes, nos han grabado la idea de que las relaciones deben de ser color de rosa, llenas de flores y osos de peluche, besos bajo la luna, y demás cosas que, lamentablemente, no siempre pueden llevarse a la práctica.
En los cuentos de hadas, a pesar de que tal vez en algún momento de la historia hay corazones rotos, unas cuantas páginas después todo se arreglará solo:
El dragón será asesinado, la bruja perecerá aplastada bajo una casa que le tiró encima un tornado, y la bella muchacha se casará con el príncipe metrosexual.
Culpo a estos estúpidos relatos de que yo siempre espere un "felices para siempre" en todas mis relaciones.
Mientras tanto, en el mundo real, donde no existen grillos parlanchines ni los lobos feroces; las cosas son un poco más complicadas.
Cualquier persona que me conozca podrá decirles que mi suerte en el amor no ha sido especialmente buena.
Mis historias románticas han tenido desenlaces más bien tristes.
Jodidamente, los finales de mis relaciones suelen ser las cosas que más recuerdo.
Desde despedidas no-tan-malas junto a puertas de coches, hasta funerales tremendamente deprimentes: ustedes lo nombran, y probablemente yo lo haya vivido.
¿Cortar por MSN? Check.
¿Dramas en aeropuertos? Check.
¿Peleas ruidosas que incluyen quemaduras de cigarros? Check.
¿Break-ups estando en pelotas? Check
¿Citar a José José para explicar por qué las cosas deben terminar? Double check.
Por alguna razón, mi vida está más llena de drama adolescente que una temporada de Gossip Girl.
Cada vez que termino una relación, pasó enormes cantidades de tiempo meditando las cosas y tratando de descubrir qué pasó, en qué me equivoqué, y cómo podía haber evitado todo
.
En mi mente, justifico tanto pensamiento masoquista diciéndome que necesito averiguar todo esto para mejorar y crecer como persona, y que las mismas cosas no me vuelvan a pasar.
Después de varias semanas de revivir los conflictos y tratar de llegar a conclusiones, me da hueva seguir pensando en lo mismo, y termino concluyendo que todo fue culpa de la otra persona; y normalmente lo es.
Cuando no se mueren, deciden tirarse a las drogas, o irse a vivir al extranjero, o convertirse en personas deprimidas y bipolares.
Siendo sinceros, tengo la tendencia a andar con mujeres muy locas.
La verdad es que la razón por la que mis cuentos no terminan con un "felices por siempre", es que yo insisto en ignorar a la princesa para empezar a andar con la bruja.
Ya me cansé de escribir cuentos de hadas.
Ahora quiero escribir un cuento de ángeles. De ángeles y galletas.
Total, las hadas ni siquiera existen.
Este post sin sentido fue traído hasta ustedes cortesía de las alucinaciones causadas por antigripales.
Te odio, gripa.