martes, 25 de agosto de 2015

Sonrisa

Con una lágrima en sus ojos, recogió lo que quedaba de amor en ese par de muñecos cansados y vencidos. Los tocó con cariño y desempolvó esa esencia que él mismo les había regalado hacía 52 años; 52 años perfectos que los muñecos pasaron juntos, pero que hoy habían terminado.
Una triste sonrisa recorrió su rostro mientras tomaba la mano de los muñecos y las unía por última vez, abandonando el cuarto de la pareja que ahora dormiría tranquila, eternamente agradecida por ese regalo que él les había dado un martes lluvioso de otoño y que por un tiempo le había hecho creer que por fin había creado algo que duraría por siempre; aunque, como siempre, “por siempre” no había sido más que un par de segundos para él.

Desde que tenía memoria, había existido sólo para tratar de hacer felices a los demás, regalándoles a las personas un poco de aquello que él era; y aunque no recordaba cómo había empezado todo, a menudo le gustaba decir que todo comenzó la primera vez que un hombre y una mujer se miraron de frente, a los ojos, y se abrazaron ya para siempre.

A lo largo de sus eternos años aquí, había tocado la vida de incontables personas, dándola una chispa de luz a ojos antes nublados y siendo el padre de millones de mariposas con la molesta costumbre de vivir en los estómagos y de provocar manos húmedas y lenguas necias con cada aleteo de sus invisibles alas.
Miles de poemas, canciones y sonetos habían sido compuestos en su honor, y nadie jamás habría sido capaz de contar las horas de sueños a plena luz del día que él había logrado evocar en la mente de hombres y mujeres que lo alababan con cada suspiro y cada latido a destiempo.

Tantos logros y tanta gloria habría sido suficiente para cualquier mortal: sociedades enteras le rendirían tributo eterno y constante; y aunque su nombre se pronunciara diferente en cada lengua de la humanidad; su rostro siempre sería el mismo.
Sin embargo, él jamás había conocido la felicidad. Ni siquiera por un segundo, ni siquiera por un instante. Estaba condenado a estar solo.

Estaba condenado a existir solo por toda la eternidad, dándoles a los demás un poco de aquello que él era, no como un premio ni como un regalo, sino como una forma de dejar de ser. De desprenderse poco a poco de una existencia eterna en la que no conocería a nadie como él; a nadie que lo acompañara ni que lo comprendiera.

Estaba destinado a entregarse a cada pareja joven, a darle significado a la vida de los hombres afortunados y de las mujeres hermosas; pero también estaba destinado a ver cómo esas parejas jóvenes se marchitaban con los años.
Algunas veces su esencia le era devuelta cuando las pasiones eran demasiado para los humanos y no sabían qué hacer con tanto de él.
Algunas otras veces, las mejores, su esencia regresaba después de muchos años de vidas compartidas y felices; cuando simplemente los cuerpos dejaban de necesitarlo como dejaban de necesitar el aire.
Sin embargo, había ocasiones en las que sólo regresaba a él la mitad de lo que había entregado; y entonces sabía que sólo una de las dos personas involucradas podría volver a conocer la felicidad, mientras que él sería el responsable de que la otra mitad muriera en vida, o viviera en muerte.

Estaba destinado a ver el tiempo pasar mientras cada una de sus creaciones, concebidas con tanto esmero y cariño, dejaba de existir y se convertía en tan sólo un vago recuerdo que pronto se esfumaría en el aire.

Y él, seguiría ahí, entregándose con una esperanza de niño en cada pareja de manos que juntaba cálidamente, esperando, ahora sí, ser parte de algo que durara por siempre; aunque, como siempre, “por siempre” no sería más que un par de segundos para él...