Hay días en los que todavía me despierto oliendo tu perfume.
Es curioso cómo ese olor nunca se ha ido, a pesar de que cada día recuerdo tu cara un poquito menos.
Tengo miedo, ¿sabes? Tengo miedo de un día olvidarte y que dejes de existir; tengo miedo de que un día dejemos de existir.
De que todo se convierta en un sueño lejano, en la vaga nostalgia de unas noches de verano en las que la lluvia chocaba contra nosotros y nos hacía sentir completamente vivos mientras las nubes tapaban el último sol que iluminaría esos ojos verdes que se apagarían en la noche, dejándome lleno de una oscuridad que nunca acabaría de irse, sin importar cuántos amaneceres viera con unos ojos que nunca más te verían a ti.
Y tengo miedo porque ya está pasando.
Estoy dejando de verte en cada paso, en cada café y en cada pluma.
Te estás yendo de mi vida otra vez, y me siento tan incapaz de detenerte ahora como lo fuí en aquél entonces.
Tengo miedo de perder lo poco que me queda de ti, tengo miedo de que me dejes solo en este mundo y de tener que enfrentar la vida sin la sensación de que en cierta forma sigues aquí conmigo.
Y aunque me asusta tu eterna ausencia, me asusta todavía más el convertirme en alguien a quien tú no puedas reconocer cuando por fin nos volvamos a encontrar.
Me asusta el no poder cumplir las promesas que te hice y que nunca podamos volar, bajo y lento, sobre este mundo que nunca fue nuestro del todo.
Me asusta seguirte extrañando, pero me asusta mucho más el extrañarte cada día un poco menos.
No me olvides, Cris.
Descansa y espérame.