Hace unos cuantos días, mi novia estaba regresando a su casa cuando se encontró un pequeño pájaro herido.
Lo levantó de la calle y decidió cuidarlo y tratar de hacer que volviera a estar bien para después dejarlo libre.
Ayer lo vi, y era estúpidamente hermoso. Decidí que se llamaba Camilo.
Era tímido y cariñoso, y cuando lo acariciabas, se te quedaba viendo amablemente, como si te estuviera agradeciendo que lo cuidaras cuando más te necesitaba.
Varias veces lo vi tratar de abrir sus alas, pero por más que se esforzaba no podía, porque todavía no estaba listo para volver a volar.
Hoy en la mañana parecía como si ya estuviera a punto de lograrlo; miraba esperanzado hacia arriba y se notaba inquieto.
Estaba aprendiendo a volar, como si el poco tiempo que llevara sin flotar por los aires hubiera hecho que olvidara quién era, y ahora tuviera que empezar desde cero y recordar para qué servían sus alas.
Para mi novia, por un par de días ese pequeño pájaro se convirtió en una de las cosas más importantes del mundo.
Hoy en la tarde, Camilo murió.
Me es imposible no darme cuenta de lo familiar que me resulta esa historia; tal vez porque hace muchas vidas yo fui parte de algo parecido.
Feliz 10 de julio, Cristina. Te sigo extrañando como el primer día.
Por favor, cuida a Camilo; ahora ya tienes a alguien que vuele junto a ti.