Cuando una persona se va, el eco de sus últimas palabras se queda resonando en los oídos de sus seres queridos durante toda una vida.
Y hoy, 8 años después, el eco de tu voz sigue sonando tan fuerte como aquél día en que te metiste al mar para nunca volver.
8 años desde ese día.
Y yo sigo aquí, sin ti.
Y por fin, es momento de dejarte ir para siempre.
Es momento de romper esa última promesa que nos hicimos; aún sabiendo que no la íbamos a poder cumplir.
Es momento de que vueles, libre de todo.
Es momento de regresar a casa.
Perdón. Perdón por todo.
Nunca nadie había marcado mi vida en la forma en la que tú lo hiciste aquél verano lluvioso y gris; el más brillante que yo jamás haya vivido.
Marcaste mi vida para siempre, y lo has seguido haciendo todos y cada uno de los días de mi vida.
Creo que ya es hora de soltar la mano de tu recuerdo, y empezar a caminar yo sólo, tratando de encontrar el camino del que siempre me hablaste tanto.
Es momento de dejar de aferrarme a tus alas y de empezar a dejar crecer las mías, porque algún día yo también tendré que volar para encontrar el sendero de regreso a casa, donde me estarás esperando con una pluma blanca, demasiado perfecta para ser de pájaro.
Ya es hora, Cristina.
Gracias. Una y mil veces gracias.
Nunca te voy a olvidar.
Tu voz se va a quedar conmigo hasta el día en que, cansado, respire profundamente, dejando escapar mi último aliento mientras sonrío eternamente.
Y entonces, por fin, tu voz se va a esfumar para dar paso al sonido de las olas rompiéndose en la arena.
Y entonces, por fin, mis ojos te buscarán por última vez, sólo para encontrar una playa llena de espuma, en la que meteré mis pies poco a poco, para meterme a nadar en el mar de una vez y para siempre.
Y esos días nunca van a terminar.
Adios, Cristina.
Adios por última vez.
Te amo, para siempre.