"¿No te encanta?", me dijo.
Yo miraba mi plato en silencio. Lo que hace poco había sido la taza de café más perfecta del mundo, ahora se había convertido en una taza sucia, vacía, y con los restos de unos cuantos granos recién molidos mirándome desde el fondo.
"No sé, me parece un poco triste...", le contesté a media voz.
Ella me miró callada por un par de segundos, y después me dijo "yo hablaba de la lluvia... está lloviendo afuera, ¿no oyes?"
Me encogí de hombros y seguí mirando mi taza vacía.
"Yo hablaba del café, yo hablaba de como las cosas cambian... de como todo cambia..."
Sentí que una lágrima estaba a punto de resbalar por mi cara, así que cerré los ojos con fuerza. Ella puso su mano en mi mejilla, y yo solamente sentí su calor.
Abrí los ojos y levanté la cabeza; ella me estaba mirando con una sonrisa triste.
"¡Sé leer el café!, ¿quieres que lo intente?", me dijo mientras sus ojos se iluminaban.
Mientras su mano trataba de alcanzar mi taza vacía, yo le dije "tú sabes hacerlo todo, ¿verdad?"
"No todo, pero soy muy buena leyendo el café de la gente que necesita saber qué va a pasar", contestó mientras se quitaba el pelo de la cara.
Miró el fondo de mi taza por varios segundos, poniendo cara de estar concentrada; y después suspiró y me miro consternada.
"¿Qué?, ¿qué pasa?", le pregunté, fingiendo preocupación.
Ella cerró los ojos y negó con la cabeza.
"¡Ya tonta, dime!", volví a preguntarle.
"Esto es malo niño, muy malo..."
Volvió a quitarse el pelo de la cara, y yo me llevé las manos a la boca, haciendo como que estaba asustado.
"¿Me... me voy a morir?", mi voz sonaba amortiguada.
"No juegues con eso... tú no te puedes morir nunca, ¿ok?", contestó.
Sin saber qué decir, los dos nos quedamos callados, y ella volvió a mirar mi taza de café.
"No, no es malo... bueno, no sé...", rompió el silencio por fin. "No te vas a morir, pero te vas a ir muy lejos..."
"¿Cómo?", le pregunté.
"Te van a crecer alas"
Sus ojos brillaban, felices.
"¿Alas?", pregunté tontamente.
"Sí, dos alas grandes y blancas. Te van a salir dos alas de la espalda, y vas a volar muy lejos.
Vas a volar por encima de todos, y vas a tratar de alcanzar el Sol."
"¿Cómo Ícaro?", le dije.
"No tonto, Ícaro tuvo que construir sus propias alas; las tuyas te van a salir solitas, cuando menos lo esperes... y entonces te vas a ir muy lejos..."
No dijimos nada; ella porque parecía estar pensando en lo que había dicho, y yo porque no sabía qué decir. Siempre he sido así de tonto.
"Me encanta que me cuentes esos cuentos, ¿sabes?", le dije por fin, pensando que eso la haría sonreír.
"No son cuentos, tarado..."
"¿Ah no?, entonces ¿qué son?"
El pelo volvió a caerle encima de la cara, pero ahora no se lo quitó; parecía como si no quisiera verme a los ojos.
"Son sueños... con mis sueños puedo crear un mundo sólo para ti..."
"Me gusta tu mundo", le dije en una voz más baja de la que hubiera querido, mientras le quitaba el pelo de la cara y le sonreía.
"Es tuyo... puedes apropiártelo si quieres...", me contestó, y noté que una lágrima le resbalaba por la cara.
"Hablaba en serio, ¿sabes?", me dijo con voz cortada, "un día te van a crecer alas, y vas a volar muy lejos de aquí..."
"¿A dónde me voy a ir?"
"A... lejos. A un lugar mucho más bonito, y en donde estés rodeado de seres como tú, para que puedan cambiar miradas y atrever sonrisas"
Ella estaba llorando, y yo no supe qué hacer.
"¿Te puedo llevar conmigo?", le pregunté.
Ella tomó mi mano y la puso entre las suyas, pero no contestó nada.
"Hablo en serio, ¿ok?, tú no te puedes morir nunca", dijo por fin.
"Ok, pero tú tampoco te puedes morir entonces".
"No me voy a morir nunca, te lo prometo", me dijo...