Abrí los ojos.
Una enorme y helada gota de lluvia acababa de caer sobre mi frente.
El cielo estaba pintado de un color gris que me recordaba a la tristeza.
Giré mi cabeza y la vi: ahí estaba ella, todavía dormida, con una sonrisa iluminando su rostro.
Yo me quedé ahí, inmóvil, viéndola.
Después de no recuerdo cuánto tiempo, ella abrió sus ojos.
"Hola", me dijo con una voz débil, como si el sueño que acababa de abandonar la hubiera llevado tan lejos, que ahora estaba regresando a este mundo por partes, poquito a poco y sin prisas.
"Hola", le respondí con cuidado, como si tuviera miedo de romperla.
Ella seguía ahí, viéndome y sonriendo en silencio.
Yo besé su frente, y después ella acomodó su cabeza en mi pecho.
"¿Sabes? Estaba soñando algo increíble, pero despertar así hace que dejar de dormir valga la pena..."
Yo reí, y le dije "¿Cómo?"
"Shhh, no hagas preguntas, arruinas el momento", me contestó.
"Está empezando a llover", le dije al fin. Resaltar lo obvio siempre ha sido uno de mis mayores defectos.
De repente, la realidad nos cayó de golpe: estábamos tirados a la mitad de nada, pero en medio de todo.
Nos habíamos acostado en un camellón, y mientras veíamos a las nubes, nos quedamos profundamente dormidos. Ahora la lluvia se había encargado de despertarnos y de regresarnos a la vida real.
Las gotas caían cada vez con más fuerza, y de pronto era obvio que no podíamos seguir tirados ahí, sin hacer nada.
Me levanté, y tomé su mano. Ella se paró sin prisa, se quitó el pelo de la cara y se estiró, bostezando.
"Anda, apúrate tonta, nos vamos a mojar", le dije con un poco de impaciencia.
Ella terminó de estirarse, parpadeó un par de veces con la mirada perdida en el infinito, y después me dijo: "¿y qué?, ¿le tienes miedo a la lluvia?"
"No, pero no me gusta ir por la vida todo empapado"
La lluvia ya era muy fuerte. Ella sonrió, abrió los brazos, y empezó a dar vueltas.
"Amo la lluvia", dijo feliz.
"¿Por qué?", le pregunté sin saber qué más decir.
"Porque me recuerda al mar. Me recuerda que el mar y el cielo no están tan lejos, ni son tan diferentes..."
Volvió a quitarse el pelo de la cara, y me tomó de la mano.
"Ven, vámonos", me dijo.
"¿A dónde vamos?"
"¿Acaso importa? Vamos a caminar bajo la lluvia", me contestó.
"Sería bonito si estuviéramos soñando, ¿no?", dije mientras íbamos hacia ningún lado.
"No, prefiero estar aquí, despierta. Las lluvias de junio siempre son las mejores..."