Mientras me pedía
una taza de café negro sin azúcar, noté que su voz no sonaba igual que siempre;
hoy se quebraba cada vez que intentaba decir algo. Tratando de ver si había
sido mi imaginación, le pregunté si quería un poco de leche. No, no lo había imaginado.
Unos pocos
minutos después, regresé con su orden. Mientras la ponía en la mesa,
accidentalmente derramé un poco de café sobre su blusa blanca, y ella se soltó
a llorar.
Me debo de
haber disculpado cerca de cien veces, pero ella sólo agitaba su mano, como
diciéndome que no me preocupara. Normalmente se nos dice que no debemos de
preguntarles cosas personales a los clientes, pero en este caso no me importó,
así que le pregunté si todo estaba bien.
Ella tardó
unos cuantos segundos en retomar la compostura, pero eventualmente pudo empezar
a hablar.
Aparentemente,
hoy había sido el peor día de su vida.
Me contó que
toda la vida había tenido muchos problemas para diferenciar los colores, porque
algo malo pasaba con sus ojos. A pesar de que siempre había sido molesto, nunca
le había causado ningún problema. Hasta hoy.
Había salido
tarde de su casa, así que empezó a manejar más rápido para no llegar tarde al
trabajo. Al llegar a un semáforo, ella confundió las luces y pensó que tenía el
paso libre cuando en realidad tenía que frenar. Accidentalmente, había
atropellado a un pobre perro por culpa de su estúpido error.
Se bajó del
coche a tratar de ayudarlo, y lo encontró todavía vivo, pero muy herido.
Ella lo subió
a su auto a toda prisa, y lo llevó a un veterinario. Cuando llegó, estacionó su
coche en donde pudo y corrió dentro de la clínica. No hubo nada que el doctor
pudiera hacer para salvar al animal.
Para empeorar
las cosas, ella no se dio cuenta de que había dejado su auto en la zona roja,
así que la grúa se lo había llevado.
Evidentemente,
llegó tarde al trabajo, y como no era la primera vez que eso pasaba, su jefe la
despidió.
Y ahora
estaba aquí, frente a mí, contándome su historia.
Sin saber qué
decir, simplemente le dije que todo mejoraría y le pregunté si estaba lista
para ordenar. Ella me pidió esas enchiladas de pollo en salsa verde que le
gustaban tanto.
No tuve
corazón para decirle que se nos acababa de terminar la salsa verde, así que le llevé
unas en salsa roja. Ella, agradecida, me sonrió y empezó a comer sin notar la
diferencia.