Estaba la muerte sentada, aburrida y desesperada,
muchos años sin escuchar una buena canción, la pobre flaca llevaba;
cuando de pronto, una idea a su mente llegó:
bajar a la tierra para secuestrar a un gran músico, ella decidió.
Entre todos sus discos, la muerte buscó y buscó,
y entre los más polvosos, Una Noche en la Ópera frente a ella apareció.
"¡Pero claro!, ¿cómo no lo pensé antes?, ¡qué magnífica sensación,
debo hacer mío a ese hombre tan sensual y bigotón!"
La huesuda salió de casa, despidiéndose de todas sus mascotas;
se puso su abrigo de lana, y sus calientitas botas.
Le dijo adiós a 3 Lassies y también a su fiel Rin Tin Tin
y bajó al planeta azul para ver el último concierto de Queen.
En el escenario Freddie cantaba con singular alegría,
sin saber que en este mundo, ya había pasado su último día.
Cuando la música se detuvo y la última luz se apagó,
la inmisericorde muerte al hombre de los grandes dientes se acercó.
"Perdón, Freddie, pero debes venir conmigo
a pasar la eternidad junto a Lennon, Cobain y Rigo."
Y así, sin más, una gran estrella nos dejó,
pero desde entonces, la flaca pura buena música escuchó.
Otro más mordió el polvo, el radio Ga Ga dejó de sonar;
la reina asesina se nos fue y la carrera de bicicletas tuvo que terminar.
Y aunque el señor Fahrenheit se ha ido, y el mundó lloró y lloró,
ahora conocemos otro tipo de magia que el gran campeón nos dejó.
La vida sigue adelante mientras tengamos a alguien para amar;
mientras existan rapsodias bohemias que podamos escuchar.
Buen viaje, querido Freddie, no te vamos a olvidar;
¿quién quiere vivir para siempre?, el show debe continuar.